- ¡Ay hijito! – exclama – yo no recuerdo la fecha ni el nombre de la mujer, pero sí recuerdo que el parto era complicado ya que el niño estaba muerto y venia de pie. Cierra los ojos y en cuestión de segundos se sumerge en aquellos momentos gratos cuando un trabajo de parto salía bien, pero doloroso cuando un padre de familia impotente ante el desespero y dolor de su mujer, se colgaba de sus brazos implorándole que no le dejara morir a su compañera. -Haga lo que sea mama Rosa, pero no deje que mi mujer se muera - Comenta. Y es que doña «Rosita» se siente privilegiada por el padre de las alturas puesto que en los 61 años que dedico al arte de ayudar a parir, nunca vio morir a una parturienta, siempre tuvo respuesta para un parto complicado. - Yo le aprendí todos los secreticos y truquitos a mi abuelita; yo era niña cuando ella me ponía a que la acompañara y a lo que me mandaba yo iba calladita guardando todo en mi mente! –dice. Muchas comadronas aplicaban el poder de las plantas medicinales y uno que otro secreto fuera de lo común, y según «Rosita», cuando una madre no tenía fuerza para parir, hervía el hueso central de la Columba del temblador (anguilla acuática que emite electricidad), para que recobrara aliento y se diera el paritorio normal. - Era rápido que parían hijito – asegura. La técnica fue producto de su imaginación y dice que le ayudo en esos momentos difíciles, cuando la muerte parecía arrebatarle a una parturienta de sus manos. - Recuerdo que atendí un caso de una mujer con el niño muerto y estaba desmallada por completo; el esposo que se llamaba Ramón, me decía que sacara a la criatura con un gancho o con lo que fuera pero que le calmara el sufrimiento a la mujer y no se la dejara morir; le di a beber el agua del hueso de «temblador» y antes de la media hora el niño estaba afuera -expresa la anciana con una leve sonrisa que acaricia su acanalado rostro como revalidando la efectividad de su experimentado invento.
El
oficio de partera ha tenido gran trascendencia en nuestra sociedad, pero la
consideración recibida no ha sido siempre la misma; aunque en América Latina el
arte fue visto con admiración y respeto, en otros países,
principalmente en Europa, a partir de la
edad media (siglo XIV al XVII), el conocimiento con las hierbas y brebajes que empleaban las parteras para
aliviar el dolor de parto, fue visto como una práctica satánica y una amenaza
para la iglesia católica. Muchas fueron perseguidas y penalizadas con la con la
horca; otras incineradas. En Colombia, principalmente los Llanos Orientales
(sabanas araucanas) se desarrollo un aprecio y afecto por las parteras o
comadronas, que por el hecho de recibir a la criatura y cortar el cordón
umbilical, la matrona formaba parte de la familia y era considerada una segunda
madre (mamá de ombligo) para el recién nacido, con los mismos derechos que le
asistía a la propia madre. - Eso es
verdaita hijito, -asegura doña Rosa - Yo
tengo hasta médicos que me dicen mamá, y lamento haber perdido el cuaderno con
el nombre de por lo menos mil quinientos
muchachos que tenía registrados de los partos que atendí; aunque esos no son
todos mis hijito, -dice la anciana y exhala un hondo suspiro como
lamentando la perdida de lo que pudo haber sido el mayor trofeo durante su carrera;
“el registro histórico del nacimiento de más de mil quinientos hijos de ombligo”.
Y es que para muchas mujeres doña «Rosita» se gano no sólo la confianza, sino
el respeto y admiración por el profesionalismo al momento de atender un parto
en cualquier lugar de la región por apartado y difícil que fuera. -Yo parí ocho muchachos y todos ellos
nacieron en manos ella; me sentía segura y tranquila cuando me llegaba el día de
parir con doña Rosa Carmona al lado de mi cama, -dice María Antonia, una
mujer campesina que recuerda las noches de dolor, sufrimiento y trasnochos.
El
término «comadrona» proviene del latín commater,
compuesto por cum, que significa «conjuntamente»
y mater, significa «madre». Por los
registros que aparecen en algunos escritos hindúes, en manuscritos de Grecia y
la Roma clásica, se cree que las matronas ayudaron a parir desde el comienzo de
la historia. Ya para el año 1560 en
parís las comadronas tenían que superar un examen para obtener un título y
atenerse a prácticas normativas, aunque no todas tenían formación académica, la
mayoría eran mujeres empíricas sin al menos leer y escribir, tal como le
sucedió a doña Rosita que nunca fue al colegio porque según ella «loro viejo no
aprende a hablar». Sin embargo dice que no se arrepiente de ser iletrada. - Yo no
aprendí a leer ni escribir hijito, pero si me di el lujo de enseñarle a los
médicos como se atendía un parto; conmigo aprendió el doctor Alvarado el “viejo”,
el doctor Medina y Prisciliano Imbett. Los tres ya murieron. Por cierto que el
primer muchacho del doctor Imbett lo atendí yo y se llama priscilianito y me
pide la bendición donde quiera que me ve, me respeta como un hijo respeta a la
madre. Asegura que esa costumbre de
pedir la bendición a la comadrona desapareció por completo, y junto a ella se
perdió la identidad de un modelo social con principios, valores y respeto por
los demás, eje fundamental para la buena crianza de muchachos del entonces. -La juventud de hoy en día no sabe lo que es
una mama de ombligo hijito! –agrega -y
el respeto se perdió por completo; hoy en día las niñas salen embarazadas y ni
cuenta se dan, cosa que no sucedía antiguamente cuando un buen hombre sacaba a
una buena mujer de su casa con el permiso de sus padres. Hoy en día eso no se
ve hijito, da pesar que «muchachitos» se juntan hoy, y se separan mañana, y las
niñas no saben cuidarse, enseguida se dejan preñar y quedan rodando con las
pobres criaturas a la merced de un papá irresponsable mantenido por la familia!
-Hace una pausa y se imbuye en un mirar
lejano. De nuevo exclama: - los
matrimonios duraban porque las parejas eran personas adultas y sabían lo que
querían, hoy en día los niños no saben lo que quieren. ¿Qué bien puede pensar una
criatura de de 12 o 13 años? Esos son los matrimonios de hoy en día hijito;
niños menores de edad que no hacen más que perjudicar su futuro – expresa
la anciana.
Una
parturienta debía estar segura de sus condiciones y para ello era necesario sentir
el respaldo de una avezada comadrona; por eso el arte lo ejercían –aun lo
ejercen- mujeres mayores de edad, y parece
que las adolecentes no han tenido participación en trabajos de parto así como
también los hombres. Algunos modelos sociales condenaron la practica masculina
puesto que no se les permitía observar las partes intimas de la mujer, excepto
en casos complicados cuando se requería de la mano de un especialista en
medicina.
A
la partera le asistían muchas responsabilidades pero principalmente cuidar la
madre y del recién nacido; ambos requerían –igual que ahora- un cuidado especial.
La madre debía permanecer al menos 8 días sin levantarse de la cama con el fin
de evitar la brisa, el sereno y el mínimo movimiento corporal para librarse de
males. – A muchas mujeres se les torcía la
boca, a otras, parte del cuerpo, no guardaban la dieta como era y resultaban
con problemas; hoy en día paren en la mañana y por la tarde ya están danzando
sin control por la calle. - Dice doña Rosa. La dieta de la recién parida incluía
comidas libre de grasas y harinas; por lo general gallina «criolla», acompañada
de otros alimentos nutritivos. El esposo debía aprovisionarse con los menesteres
esenciales del paritorio, entre alimentos, aceites, drogas, ropa y pañales para
el recién nacido. Cuando la preñada
residía en la sabana, el esposo viajaba al pueblo con anticipación para realizar
la compra. Muchos partos se adelantaban a la llegada del esposo, y por esa
causa ciento de mujeres parieron a sus hijos sin la atención de nadie. El menor
por su parte requería de curas permanentes hasta desprenderse del cordón
umbilical, y con ello finalizaba la responsabilidad de la comadrona. Muchos niños
fallecían antes de los siete días, a raíz de tétano en el ombligo. Para esa
época algunas enfermedades eran desconocidas y por eso el ingenuo campesino la
causa de la muerte de recién nacidos se convirtió en un mito que rodeo al llano
entero, y se conoció como el «mal de los siete días». – En mis manos nunca murió un niño por descuido hijito, salvo una
enfermedad de otro tipo, pero menos por descuido – Asegura doña Rosa.
Hoy
a los 85 años de edad esta mujer araucana con el rostro acanalado por el paso
de los años, se siente feliz por haber cumplido una misión que con amor y
entrega dedicó durante más de seis décadas al servicio de su pueblo. – Mi propósito no fue la plata hijito, sino el
de ayudar con amor y entrega a la gente, por eso el día que muera, bajare feliz
al sepulcro. Gracias a Dios por la misión cumplida. - ¡Dios bendiga a los
hombres y a las mujeres de mi pueblo! Finaliza.
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