viernes, 21 de septiembre de 2012

Rosa Carmona, la partera o comadrona famosa en Arauca


Allá en una humilde vivienda de estrato medio, asentada en el barrio meridiano 70, unos de los populosos sectores de la ciudad de Arauca, vive doña Rosa Carmona, o doña «rosita» como cariñosamente la llaman sus amigos; una antigua partera considerada la comadrona de casi media Arauca. Con mirada lánguida pero con voz segura expresa las realidades y vicisitudes del humilde oficio, y hace un esfuerzo por recapitular aquellas andanza que marcaron el inicio de su profesión cuando en lomos de un burro sillonero y con escasos 21 años de edad, trochó los caminos de la vereda de Ele, jurisdicción del Municipio de Arauca, para atender el primer trabajo de parto.
- ¡Ay hijito! – exclama – yo no recuerdo la fecha ni el nombre de la mujer, pero sí recuerdo que el parto era complicado ya que el niño estaba muerto y venia de pie. Cierra los ojos  y en cuestión de segundos se sumerge en aquellos momentos gratos cuando un trabajo de parto salía bien, pero doloroso cuando un padre de familia impotente ante el desespero y dolor de su mujer, se colgaba de sus brazos implorándole que no le dejara morir a su compañera. -Haga lo que sea mama Rosa, pero no deje que mi mujer se muera - Comenta. Y es que doña «Rosita» se siente privilegiada por el padre de las alturas puesto que en los 61 años que dedico al arte de ayudar a parir, nunca vio morir a una parturienta, siempre tuvo respuesta para un parto complicado. - Yo le aprendí todos los secreticos y truquitos a mi abuelita; yo era niña cuando ella me ponía a que la acompañara y a lo que me mandaba yo iba calladita guardando todo en mi mente! –dice. Muchas comadronas aplicaban el poder de las plantas medicinales y uno que otro secreto fuera de lo común, y según «Rosita», cuando una madre no tenía fuerza para parir, hervía el hueso central de la Columba del temblador (anguilla acuática que emite electricidad), para que recobrara aliento y se diera el paritorio normal. - Era rápido que parían hijito – asegura. La técnica fue producto de su imaginación y dice que le ayudo en esos momentos difíciles, cuando la muerte parecía arrebatarle a una parturienta de sus manos. - Recuerdo que atendí un caso de una mujer con el niño muerto y estaba desmallada por completo; el esposo que se llamaba Ramón, me decía que sacara a la criatura con un gancho o con lo que fuera pero que le calmara el sufrimiento a la mujer y no se la dejara morir; le di a beber el agua del hueso de «temblador» y antes de la media hora el niño estaba afuera -expresa la anciana con una leve sonrisa que acaricia su acanalado rostro como revalidando la efectividad de su experimentado invento.


El oficio de partera ha tenido gran trascendencia en nuestra sociedad, pero la consideración recibida no ha sido siempre la misma; aunque en América Latina el arte fue visto con admiración y respeto, en otros países, principalmente en Europa, a  partir de la edad media (siglo XIV al XVII), el conocimiento con las hierbas y brebajes que empleaban las parteras para aliviar el dolor de parto, fue visto como una práctica satánica y una amenaza para la iglesia católica. Muchas fueron perseguidas y penalizadas con la con la horca; otras incineradas. En Colombia, principalmente los Llanos Orientales (sabanas araucanas) se desarrollo un aprecio y afecto por las parteras o comadronas, que por el hecho de recibir a la criatura y cortar el cordón umbilical, la matrona formaba parte de la familia y era considerada una segunda madre (mamá de ombligo) para el recién nacido, con los mismos derechos que le asistía a la propia madre. - Eso es verdaita hijito, -asegura doña Rosa - Yo tengo hasta médicos que me dicen mamá, y lamento haber perdido el cuaderno con el nombre de por lo menos  mil quinientos muchachos que tenía registrados de los partos que atendí; aunque esos no son todos mis hijito, -dice la anciana y exhala un hondo suspiro como lamentando la perdida de lo que pudo haber sido el mayor trofeo durante su carrera; “el registro histórico del nacimiento de más de mil quinientos hijos de ombligo”. Y es que para muchas mujeres doña «Rosita» se gano no sólo la confianza, sino el respeto y admiración por el profesionalismo al momento de atender un parto en cualquier lugar de la región por apartado y difícil que fuera. -Yo parí ocho muchachos y todos ellos nacieron en manos ella; me sentía segura y tranquila cuando me llegaba el día de parir con doña Rosa Carmona al lado de mi cama, -dice María Antonia, una mujer campesina que recuerda las noches de dolor, sufrimiento y trasnochos.
El término «comadrona» proviene del latín commater, compuesto por cum, que significa «conjuntamente» y mater, significa «madre». Por los registros que aparecen en algunos escritos hindúes, en manuscritos de Grecia y la Roma clásica, se cree que las matronas ayudaron a parir desde el comienzo de la historia. Ya para el año 1560  en parís las comadronas tenían que superar un examen para obtener un título y atenerse a prácticas normativas, aunque no todas tenían formación académica, la mayoría eran mujeres empíricas sin al menos leer y escribir, tal como le sucedió a doña Rosita que nunca fue al colegio porque según ella «loro viejo no aprende a hablar». Sin embargo dice que no se arrepiente de ser iletrada.  - Yo no aprendí a leer ni escribir hijito, pero si me di el lujo de enseñarle a los médicos como se atendía un parto; conmigo aprendió el doctor Alvarado el “viejo”, el doctor Medina y Prisciliano Imbett. Los tres ya murieron. Por cierto que el primer muchacho del doctor Imbett lo atendí yo y se llama priscilianito y me pide la bendición donde quiera que me ve, me respeta como un hijo respeta a la madre.  Asegura que esa costumbre de pedir la bendición a la comadrona desapareció por completo, y junto a ella se perdió la identidad de un modelo social con principios, valores y respeto por los demás, eje fundamental para la buena crianza de muchachos del entonces. -La juventud de hoy en día no sabe lo que es una mama de ombligo hijito! –agrega -y el respeto se perdió por completo; hoy en día las niñas salen embarazadas y ni cuenta se dan, cosa que no sucedía antiguamente cuando un buen hombre sacaba a una buena mujer de su casa con el permiso de sus padres. Hoy en día eso no se ve hijito, da pesar que «muchachitos» se juntan hoy, y se separan mañana, y las niñas no saben cuidarse, enseguida se dejan preñar y quedan rodando con las pobres criaturas a la merced de un papá irresponsable mantenido por la familia! -Hace una pausa y se  imbuye en un mirar lejano. De nuevo exclama: - los matrimonios duraban porque las parejas eran personas adultas y sabían lo que querían, hoy en día los niños no saben lo que quieren. ¿Qué bien puede pensar una criatura de de 12 o 13 años? Esos son los matrimonios de hoy en día hijito; niños menores de edad que no hacen más que perjudicar su futuro – expresa la anciana.

Una parturienta debía estar segura de sus condiciones y para ello era necesario sentir el respaldo de una avezada comadrona; por eso el arte lo ejercían –aun lo ejercen-  mujeres mayores de edad, y parece que las adolecentes no han tenido participación en trabajos de parto así como también los hombres. Algunos modelos sociales condenaron la practica masculina puesto que no se les permitía observar las partes intimas de la mujer, excepto en casos complicados cuando se requería de la mano de un especialista en medicina.
A la partera le asistían muchas responsabilidades pero principalmente cuidar la madre y del recién nacido; ambos requerían –igual que ahora- un cuidado especial. La madre debía permanecer al menos 8 días sin levantarse de la cama con el fin de evitar la brisa, el sereno y el mínimo movimiento corporal para librarse de males. – A muchas mujeres se les torcía la boca, a otras, parte del cuerpo, no guardaban la dieta como era y resultaban con problemas; hoy en día paren en la mañana y por la tarde ya están danzando sin control por la calle. - Dice doña Rosa. La dieta de la recién parida incluía comidas libre de grasas y harinas; por lo general gallina «criolla», acompañada de otros alimentos nutritivos. El esposo debía aprovisionarse con los menesteres esenciales del paritorio, entre alimentos, aceites, drogas, ropa y pañales para el recién nacido.  Cuando la preñada residía en la sabana, el esposo viajaba al pueblo con anticipación para realizar la compra. Muchos partos se adelantaban a la llegada del esposo, y por esa causa ciento de mujeres parieron a sus hijos sin la atención de nadie. El menor por su parte requería de curas permanentes hasta desprenderse del cordón umbilical, y con ello finalizaba la responsabilidad de la comadrona. Muchos niños fallecían antes de los siete días, a raíz de tétano en el ombligo. Para esa época algunas enfermedades eran desconocidas y por eso el ingenuo campesino la causa de la muerte de recién nacidos se convirtió en un mito que rodeo al llano entero, y se conoció como el «mal de los siete días». – En mis manos nunca murió un niño por descuido hijito, salvo una enfermedad de otro tipo, pero menos por descuido – Asegura doña Rosa.

Hoy a los 85 años de edad esta mujer araucana con el rostro acanalado por el paso de los años, se siente feliz por haber cumplido una misión que con amor y entrega dedicó durante más de seis décadas al servicio de su pueblo. – Mi propósito no fue la plata hijito, sino el de ayudar con amor y entrega a la gente, por eso el día que muera, bajare feliz al sepulcro. Gracias a Dios por la misión cumplida. - ¡Dios bendiga a los hombres y a las mujeres de mi pueblo! Finaliza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario