Por Ivan Ducuara Parales
“Ah llano cuando era llano”. Sentencia una frase muy conocida
del folclor llanero. Se interpreta como una vocación del pasado y las vivencias
del llanero, su identidad y su cultura. La historia de los Llanos Orientales
Colombianos es tan rica como su inmensidad y tan variada como su fauna. En sus
orígenes documentados los llanos eran habitados por indígena, antes de la
colonización por los Jirayas, Betoyes, Guahibos, Tunebos, Guayupe, Sea,
Churoya, Mitúa, Tama, Camonigua, Piapocos, Sáliba, y Chiricoa entre otras.
Este
antecedente étnico es el primer elemento que, junto a la ocupación Jesuita y la
parte que dejaron diferentes sangres a través de alemanes y españoles en
tiempos de la conquista y la colonia y más adelante por algunas familias
venezolanas, fundió en el crisol de las razas. Aquí surgió el llanero como
habitante de la planicie llana; con costumbres seculares muy empapadas de los
trabajos que tienen que ver con el ganado vacuno y caballar. Y muy arraigado al
entorno faunístico y exuberante flora. Es a esta expresión y su contexto
histórico, cultural, humano y tradicional lo que conocemos como llaneridad.
Con la aceptación que se debe tener por la evolución de las
cosas y el influjo de otras culturas que van matizando las costumbres con
elementos que no corresponden, debemos responsablemente, todos los que nos
creemos llaneros o sus descendientes, conservar y rescatar la idiosincrasia.
Junto con ello todo ese cumulo de valores y de costumbres que la identifican.
Eso no se puede perder en la maraña del tiempo y deben ser transmitidos de
generación en generación en procura de conservar la identidad a través de los
años, lustros, décadas y ojalá siglos.
El llanero, hombre curtido, trabajado y vivas lo identifica
su música alegre y recia que suena en los arpegios de su mundo, con vibrantes
zapateos en su baile y mujeres adornadas de riqueza floral endémica; bella y
morena como la luna de sus noches, impregnados del olor a la hierba seca. Su
destreza es ceñida por los largos veranos pero igualmente relajado y tranquilo
por el arte de los duros inviernos. Ese es el llanero autentico. El que por
razones de su oficio hacía grandes travesías montado sobre su leal amigo: el
caballo, arriando junto a sus camaradas, de igual condición, grandes revaños de
ganado hasta los sitios de mercado. En ese recorrido enfrenta caños y esteros,
con valentía y tranquiliza con sus cantos de vaquería el brío de toros, mautes,
vacas y novillas, evitando quizá una necia estampida que el nervio natural del
ganado podría iniciar. También tranquiliza su propia alma pues ha dejado atrás
su familia, y fundo, por unos cuantos meses.
Y qué no decir el llanero de familia, el que brega con la
tierra: el que siembre y cosecha, el que construye su casa con medios que su
entorno le dispensa: madera, hoja de palma de moriche, el que amasa el barro
con boñiga y paja para los muros. El llanero que cría y educa sus hijos
tratando de afianzar sus costumbres; el que cogiendo una res por la cola para
tumbarla y “guayuquiarla” e inmovilizarla. El mismo: el del sombrero raído y
callosidades en las manos que se acuesta tan temprano para levantarse tan
temprano anticipando sus faenas.
Este llanero ha evolucionado también según la constante de la
modernidad. Sin embargo debe transmitir, sin menoscabo de la evolución normal
de los hechos, la naturaleza de su entorno y su historia local. Hoy tenemos un
fundo que brilla a lo lejos por el zinc de sus techos, como un espejo de
añoranza desdibujando la bastedad de las sabanas y el reflejo lejano de los
rebaños en sus pasturas. Sus corrales formateados con cemento dejando a tras
los de palo a pique, una motocicleta en la caballeriza y unos equinos acaso
esperando la montura y rienda y unos estribos a la expectativa ser templados
por su amo.
El desplazamiento de la ganadería extensiva por la
agricultura de maquinas como lo son la del arroz, palma de aceite, soya y caña
de azúcar, en un futuro próximo para producir alcoholes carburantes, han
configurado una nueva cultura en el llanero. Sus raíces no son profundas y
arraigadas, invito hacer una reflexión y de alguna manera descubrir una
estrategia para que el fundamento raizal del llanero no quede escondido en laos
recovecos del olvido. Su gastronomía, su música y sus recios bailes deben
permanecer intactos con el paso del tiempo.
Nuestra típica “mamona”, llamada así porque es un ejemplar
menor de un año, preferiblemente hembra, que aún mama de su madre: es
considerada una exquisitez y su peculiar forma de asado por el corte de sus
presas, hace deleitar sobradamente el gusto de los comensales. La carne es
puesta prudentemente a distancia del juego y es aliñada única y exclusivamente
con sal. Dentro de esa tenemos la ´Osa o parte que comprende el cogote, la papada, la mandíbula y lengua, cortado de
arriba hacia debajo de tal manera que se vaya descolgando la presa. Los tembladores
son la carne del pecho que se sacan en tiras largas. La raya comprende los
cuartos traseros, que cortados desde la parte superior (ancas) incluye la cola
y parte de los muslos semejando el pez raya. La garza es solamente la “ubre”. A
demás y ya sin piel se extraen las costillas. La pulpas y en algunos casos el
muy popular “entreverao·” Una miscelánea de viseras envueltas con la telilla
grasa que cubre la parte baja del estomago del animal. Sobre la llaneridad hay
mucha tela por cortar. Es importante hablar, aportar y dicutir en torno a este
concepto. Sería interesante recibir contribuciones y eruditos y conocedores del
tema; unidos al aporte de nuestros mayores, antes que ellos encumbren su
destino y su conocimiento sea transmitido.
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