lunes, 19 de noviembre de 2012

Arauca de antaño; tiempos que se van no vuelven.


“voy a echa una travesía por los llanos araucanos, sobre la parte oriental por donde soy más baquiano, a pasear esos caminos que se me están olvidando, voy a hacerle una visita a los campos que me criaron, al monte y la costa del río donde yo vivía pescando,  porque de pronto me muero y vuelvo a visitarlos”. ¡Tiempos que no vuelven! Versos sabaneros de la autoría del cantautor Juan Fernando Farfán, inspirado en las travesías de los senderos araucanos durante su niñez y adolescencia. “Recordar es vivir” reza el viejo adagio. Nada mejor que volver la mirada al pasado y palpar aquellos recuerdos que jamás retornaran, pero que implícitos en la memoria, marcan huellas de herradura en lo profundo del corazón, como acariciando una compañía hasta el fin de nuestra existencia.
Los tiempos buenos se acaban
Y si vuelven no los quiero
Porque los tiempos de ahora
No son como los primeros.



Tiempos bonitos que se perdieron para siempre – dice Ramón Guerrero -llanero araucano, que recuerda con nostalgia las calles polvorientas de aquella vieja Arauca cuando los llaneros de acaballo cuando llegaban de la sabana con la maletera y el pollero en ancas de la bestia en busca de la posada. –Éramos dueños de unas costumbres ricas y sanas  –asegura Guerrero.  

El llanero aprovechaba las salidas al pueblo para descansar de las duras faenas del campo y propiciaba un espacio de diversión junto a sus amigos. Los bares y cantinas de la época eran sitios concurridos por el sabanero deseoso de unas cuantas cervezas frías o unos buenos palos de miche (tragos de aguardiente). Alrededor de los establecimientos oscurecían y amanecían los caballos amarrados a los arboles, mientras al interior se oía la estruendosa bulla de un grupo de amigos coligados a los efectos del alcohol, y un desentonado toca discos (tornamesa) por falta de pilas ó desgaste en la aguja, pero que no dejaba de repasar los LP de Dámaso Figueredo, Jesús Moreno, Juan de los Santos Contreras (el carrao de palmarito), Jesús Quintero (el tigre de mata negra), Ángel Custodio Loyola, por citar algunos artistas de aquella época. Cual más quería sostener un corto romance con la cantinera.
 Muchos regresaban sin una bolsa de pan para sus hijos  -dice Guerrero -porque gastaban la plata en los bares de la 27, cantinas de moda como la Ilva Jiménez, ó la de Eva Uyaba, dueña de la cantina el paraíso, nombre que le dio su esposo don Gerardo Blanco en honor a su esposa “Eva”. Las destapadas calles lucían tranquilas sin vestigio de peligro alguno, de manera que el desprevenido borracho transitaba durante la noche sin temor a robos o asaltos callejeros; en caso de presentarse un intento de atraco, los vecinos dispersaban al ladrón. -La gente moría por enfermedades naturales, mas no por robo o secuestro, mucho menos por la ideología política de los partidos o grupos de izquierda - Agrega.
- (…) Esas épocas pasaron, no dejaron ni las huellas
Me acuerdo cuando en el patio, echaba cuentos mi abuela
La carne la regalaban, el queso de igual manera
Mira que todo ha cambiado, da lástima y causa pena
Que un pueblo después de rico, esté hundido en la miseria (…)

Hace muchos años – cuenta Santos Azuaje -llanero hábil en faenas de vaquerías –se cruzaban los caminos sin linderos y no había cercas o alambrados que detuvieran la marcha del caminante porque los lienzos de sabana eran comunales donde pasteaban los ganados del vecindario. Eran caminos de lejano rumbo, pero a la vez dominados por la sabiduría del llanero que sin conocer la ruta iba seguro a su destino –dice. En las pesadas noches oscuras, época de invierno, el baqueano se alumbraba con la luz del rápido relámpago que anunciaba rayos y tempestades. Al llanero no le importaba el peligro con tal montara un buen caballo, cargara una buena manta (ruana), y buena mascada de chimo en la boca para ahuyentar el frio. En una mis andanzas –señala Azuaje -recuerdo que con otros llaneros trajimos un lote de caballos para colear en las fiestas de Arauca, entre ellos uno rucio (blanco) del hierro la bandera del fundo el bogante de propiedad de Marcos Parales.  El caballo tenía fama por lo buena rienda y corredor como muy pocos caballos en el llano; no necesitaba látigo y no hubo caballo que le pusiera la pata (que le igualara), por lo tanto era muy nombrado en boca de los llaneros. En una de aquellas tardes, ya en el coleo –relata Azuaje –la manga estaba repleta de gente, de manera que no se podía transitar por el centro y por los costados. Las casetas Macando y Mat´ecaña ubicadas donde está el bloque de la Alcaldía y los antiguos fondos, contagiaban al pueblo de alegría con los éxitos de moda; cual mas bailaba y se echaba unas cuantas cervezas frías. Alrededor se ubicaban otras casetas pequeñas donde se tomaba miche (aguardiente) por garrafa y se miraba el montón de llaneros sentados con el cabrestro (cabestro) en la mano, ó pisado con el pie para que el caballo no se fuera con la silla –recuerda Azuaje. El pueblo quería divertirse con los toros coleados. Minutos antes del inicio los coleadores desfilaron por el centro de la improvisada manga de guadua, amarrada con bejuco. En medio de gritos y aplausos el público le dio la bienvenida al grupo de llaneros, entre ellos Hernán Duque Cisneros, hombre llanero por demás –agrega –que montaba el caballo rucio (blanco) famoso, que hacía tres días habíamos traído del fundo el bogante. Los primeros turnos despertaron la alegría del pueblo por las coleadas del “loco Rubén Camejo”, los campanazos de Simón Sánchez y Manuel Camaza, quienes ondeaban cintas multicolores sobre sus hombros, impuestas por las candidatas del pueblo en honor a las espectaculares coleadas. – Debo anotar –expresa Azuaje –que los antiguos coleadores eran llaneros fuertes y de envergadura; de aquellos que coleaban a pulso, con estilo y elegancia; provocaba ver un coleo con llaneros de la estirpe de Humberto Cedeño (charro negro), Luciano Zambrano (el gago Luciano), Antonio Ataya (musiú Ataya) padre de los Ataya, Simón Tovar Sánchez, Manuel Camaza y muchos coleadores buenos que dejaron huellas en la historia del coleo en Arauca; los caballos eran criollos con sobrado brío y salían delante del toro cuando abrían la puerta del coso; no necesitaban látigo, así como los de ahora que mantienen con la panza roja de la sangre que vierten por los chuzadas de la espuela.

 – La verdad –continua Azuaje –aquella tarde no vi al toro que le soltaron a Hernán Duque, jinete del famoso caballo rucio (blanco),  favorito para ganarse el campeonato debido a su estilo y buen porte de coleador. No se habían corrido los primeros cincuenta metros de la manga cuando toro, caballo y jinete cayeron al suelo porque el toro se trastorno en la carrera. La manga quedo en silencio al ver que el diestro coleador fue conducido al hospital San Vicente inconsciente del golpe. Muchos amigos rodearon las instalaciones del hospital esperando el parte médico que minutos después informó sobre la muerte de Duque. Hombres y mujeres lloraron la muerte de Hernán, sobre todo aquellos llaneros que fuimos sus amigos.
Así concluye este breve relato contado por mis amigos Ramón Guerrero y Santos Azuaje, llaneros que dejaron huellas en los caminos del llano colombo venezolano y que difícilmente volverán a repasar, imposibilitados por la vejez y resignados a vivir en la ciudad. Son tiempos que no vuelven. Todo surgió una mañana lluviosa cuando en la casa Guerrero departíamos un tinto para la ocasión y desde luego no faltaron las historias y relatos, típico aquello en los conversatorios llaneros. 

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