jueves, 16 de agosto de 2012


Foto: Ramón Gutiérrez Ostos
El oficio de hablar

Locutor ó locutora son los que se ganan la vida hablando por los micrófonos. Los que cada día tienen miles de orejas pendientes de sus labios. Los locos maravillosos y exasperantes que habitan en las cabinas desordenadas de nuestras radios.

Podemos distinguir mil variedades: locutores informativos, conductoras de revistas, entrevistadores, corresponsales, comentaristas deportivos, actores y narradoras de dramas, presentadores de actos… Y los más abundantes, los animadores y animadoras musicales, también conocidos como discjockeys o pone-discos

Muchos aspirantes a este oficio de la palabra, sugestionados por alguna publicidad, se matriculan en cursos caros donde, a parte del dinero, gastan tiempo y paciencia en un entrenamiento que, por decir lo menos, resulta incompleto. Emplean horas y horas ejercitando la voz, impostándola. Piensan que en un par de meses, tras esa gimnasia de pulmones, podrán graduarse como locutores. Como si un carpintero lo fuera por haber aceitado el serrucho. Como si el auto hiciera al chofer o el hilo a la costurera.

Ciertamente, la voz, como a un niño, hay que educarla. Todo el aprendizaje para saber colocarla, para subir y bajar tonos, para aprovechar la caja de resonancia de nuestras fosas nasales, para saber respirar y controlar el aire, es bueno. Es magnífico. Lo malo es creerse que, al cabo de estas prácticas, ya somos locutores.

En el mercado se encuentran manuales compuestos por páginas  y más páginas, capítulos enteros que hablan del diafragma, de la laringe, de la glotis y la epiglotis, del aparato fonador… Y después, ¿qué? ¿Será eso lo fundamental de la locución?

Como suele ocurrir, los medios se volvieron fines. La radio empezó a cotizar las voces elegantes, redondas, completas. Voces profundas para los hombres, cristalinas para las mujeres. El que no sacaba un trueno del galillo, no servía para locutor. La que no exhibía un ruiseñor en la garganta, no servía para locutora. Y como la mayoría de los mortales tenemos una voz común, mediana, quedamos descalificados. Sólo unos pocos afortunados de las cuerdas vocales lograron hablar por el micrófono.

Igual que en la televisión, cuando oímos por la radio esas voces tan divinas, tan aterciopeladas, quedamos embelesados, y quién sabe si hasta humillados por ellas. Las admiramos como el enclenque al fisioculturista, como la entradita en carnes a la modelo de pasarela. Y esa fascinación no hace más que reforzar el viejo prejuicio: la palabra es un privilegio de los grandes, de las bellas, de los personajes importantes. Como si no pudiéramos.

No todo el que muestra un vozarrón es un líder de opinión o el que arrastra gente. Cuando conversamos con alguien, no nos fijamos tanto en su voz, sino en lo que dice y en la gracia con que lo dice.

Por eso en la radio democrática todas las voces son bienvenidas. El asunto es saber acomodarlas en el formato indicado. Por ejemplo: una voz aniñada, que puede ser muy útil para actuar en una novela, no pega para leer un editorial; una voz muy gruesa no sonará bien conduciendo el espacio juvenil y una voz dormida no pega en una narración deportiva. Cada pájaro en su rama y cada voz en su formato.

Entonces, ¿cualquiera puede ser locutor o locutora? Casi cualquiera. Si atendemos al funcionamiento de las cuerdas vocales, nueve de cada diez personas sirven para locutores. Y ocho de cada nueve —los que tenemos una voz común— estamos en mejores condiciones que aquellos pocos superdotados para establecer una relación de igual a igual con la gran mayoría de la audiencia, que habla tan comúnmente como nosotros.

Una emisora moderna  no necesita voces perfectas por la sencilla razón de que sus oyentes tampoco las tienen. En nuestros micrófonos, más que estrellas admirables, necesitamos amigos y amigas queridos por la audiencia. Los locutores con mayor puntaje no son los que gozan de excepcionales laringes, lo que cuenta a favor del público es un buen cerebro, una mejor palabra y un óptimo corazón. Quien tenga linda voz, que la aproveche, pero por ello no llegará a ser ben locutor.

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